La encarnación como castigo por el pecado

El artículo siguiente, que trata del principio de la no retrogradación del Espíritu y elimina la idea de la reencarnación como castigo, fue obtenido del artículo “Sobre el principio de la no retrogradación del Espíritu”, de la Revista Espírita de junio de 1863. Contradice lo incluido en la adulteración del Cielo y del Infierno, como demostramos “La prueba más contundente de la manipulación del Cielo y el Infierno de Allan Kardec“.

Como se han planteado varias veces cuestiones sobre el principio de la no retrogradación de los espíritus, principio que ha sido interpretado de manera diferente, trataremos de resolverlas. El Espiritismo quiere ser claro para todos y no dejar a sus futuros adeptos ningún motivo para discutir sobre las palabras, por lo que todos los puntos susceptibles de interpretación serán dilucidados sucesivamente.

Los espíritus no retroceden, en el sentido de que no pierden nada de lo que han progresado. Pueden permanecer momentáneamente inmóviles, pero no pueden volverse malos por ser buenos, ni ignorantes por ser sabios. Este es el principio general, que sólo se aplica al estado moral y no a la situación material, que de buena puede volverse mala si el Espíritu lo ha merecido.

Hagamos una comparación. Supongamos un hombre de mundo, culto, pero culpable de un delito que le lleva a galeras. Para él, sin duda se ha producido una gran caída en la posición social y el bienestar material. A la estima y la consideración suceden el desprecio y la abyección. Sin embargo, no ha perdido nada en cuanto al desarrollo de su inteligencia. Llevará a la cárcel sus facultades, sus talentos y sus conocimientos. Es un hombre caído, y así es como deben entenderse los espíritus caídos. Dios puede, pues, después de un cierto período de prueba, sacar de un mundo donde no han progresado moralmente, a aquellos que le han descubierto, que se han rebelado contra sus leyes, y enviarlos a expiar sus errores y su endurecimiento en un mundo inferior, entre seres aún menos avanzados. Allí serán lo que eran antes, moral e intelectualmente, pero en una condición infinitamente más penosa, debido a la propia naturaleza del globo y, sobre todo, al medio en el que se encuentran. En una palabra, estarán en la posición de un hombre civilizado obligado a vivir entre salvajes, o de un hombre educado condenado a la sociedad de los forzados. Han perdido su posición y sus ventajas, pero no han retrocedido a su estado primitivo. No se han convertido de adultos en niños. Esto es lo que se entiende por no regresión. Si no han aprovechado su tiempo, tienen que empezar de nuevo. En su bondad, Dios no quiere dejarlos más tiempo entre los buenos, cuya paz perturban, y por eso los envía a vivir entre hombres cuya misión será hacerlos progresar enseñándoles lo que saben. Mediante este trabajo podrán avanzar y regenerarse, expiando las faltas pasadas, como el esclavo que paga poco a poco para comprar un día su libertad. Sin embargo, como el esclavo, muchos sólo ahorran dinero en lugar de acumular virtudes, las únicas que pueden pagar su rescate.

Esta ha sido hasta ahora la situación en nuestra Tierra, un mundo de expiación y pruebas, donde la raza adámica, una raza inteligente, fue exiliada entre las razas primitivas inferiores que la habitaban antes que ella. Por eso hay tanta amargura aquí, amargura que está lejos de ser sentida en el mismo grado por los pueblos salvajes.

Existe, ciertamente, un retroceso del Espíritu en el sentido de que frena su progreso, pero no desde el punto de vista de sus adquisiciones, a causa de las cuales y del desarrollo de su inteligencia, su degradación social le resulta más penosa. Por eso el hombre de mundo sufre más en un medio abyecto que el hombre que ha vivido siempre en el fango.

Según un sistema algo engañoso a primera vista, los espíritus no fueron creados para encarnarse y la encarnación sólo sería el resultado de su falta. Tal sistema es socavado por la mera consideración de que si no hubiera faltado ningún espíritu, no habría seres humanos en la Tierra ni en otros mundos. Ahora bien, puesto que la presencia del hombre es necesaria para el mejoramiento material de los mundos; puesto que contribuye con su inteligencia y su actividad a la obra general, es uno de los engranajes esenciales de la Creación. Dios no podría subordinar la realización de esta parte de su obra a la eventual caída de sus criaturas, a menos que dispusiera de un número suficiente de culpables para proporcionar obreros a los mundos creados y por crear. El sentido común rechaza tal idea.

La encarnación es, pues, una necesidad para el Espíritu que, en el cumplimiento de su misión providencial, trabaja por su propio progreso mediante la actividad y la inteligencia que debe desarrollar para proveer a su vida y bienestar.

Pero la encarnación se convierte en un castigo cuando, al no haber hecho lo que debía, el Espíritu se ve obligado a empezar de nuevo y multiplica sus dolorosas existencias corpóreas por su propia culpa. Un estudiante sólo se gradúa después de haber aprobado todas las clases. ¿Son estas clases un castigo? No. Son una necesidad, una condición indispensable para su progreso. Pero si, por pereza, se ve obligado a repetirlas, entonces es un castigo. Aprobar algunas de ellas es un mérito. Lo cierto, por tanto, es que la encarnación en la Tierra es un castigo para muchos de los que la habitan, porque habrían podido evitarla, mientras que pueden haberla duplicado, triplicado, centuplicado, por su propia culpa, retrasando así su entrada en mundos mejores. Lo que está mal es admitir, en principio, la encarnación como castigo.

Otra cuestión que se discute a menudo es la siguiente: puesto que el Espíritu fue creado simple e ignorante, con la libertad de hacer el bien o el mal, ¿no tiene una caída moral cuando toma el camino equivocado, considerando que hace un mal que antes no hacía?

Esta proposición no es más sostenible que la anterior. Sólo hay caída cuando se pasa de un estado relativamente bueno a otro peor. Ahora bien, creado simple e ignorante, el Espíritu está, en su origen, en un estado de nulidad moral e intelectual, como el niño que acaba de nacer. Si no ha hecho el mal, tampoco ha hecho el bien; no es feliz ni infeliz; actúa sin conciencia ni responsabilidad. Como no tiene nada, no puede perder nada y no puede retroceder. Su responsabilidad sólo comienza cuando se desarrolla su libre albedrío. Su estado primitivo no es, pues, el de una inocencia inteligente y razonada. En consecuencia, el mal que hace más tarde, quebrantando las leyes de Dios y abusando de las facultades que le han sido dadas, no es un retorno del bien al mal, sino la consecuencia del mal camino por el que entró.

Esto nos lleva a otra pregunta. ¿Podría Nerón, por ejemplo, mientras estaba encarnado como Nerón, haber cometido más maldades que en su encarnación anterior? A esto respondemos "sí", lo que no implica que en la existencia en la que hubiera hecho menos maldad hubiera sido mejor. Para empezar, el mal puede cambiar de forma sin ser un mal mayor o menor. La posición de Nerón como emperador, al haberle puesto en el punto de mira, permitió que sus acciones fueran más ampliamente reconocidas. En una existencia oscura pudo haber cometido actos igualmente reprobables, aunque a menor escala, que pasaron desapercibidos. Como gobernante, podría haber ordenado el incendio de una ciudad. Como persona corriente, podría quemar una casa y hacer perecer a su familia. Un asesino ordinario que mata a unos cuantos viajeros para desposeerlos, si estuviera en el trono sería un tirano sanguinario, haciendo a gran escala lo que su posición sólo le permite hacer a pequeña escala.

Considerando la cuestión desde otro punto de vista, podemos decir que un hombre puede hacer más mal en una existencia que en la anterior, mostrar vicios que no tenía, sin que ello implique degeneración moral. A menudo son las ocasiones las que faltan para hacer el mal. Cuando el principio existe en estado latente, llega la ocasión y se revelan los malos instintos.

La vida ordinaria nos ofrece numerosos ejemplos de ello: Un hombre que se tenía por bueno revela de pronto vicios que nadie sospechaba y que causan admiración. Es simplemente porque supo disimularlo, o porque una causa provocó el desarrollo de un mal germen. Es muy cierto que aquellos en quienes los buenos sentimientos están fuertemente arraigados ni siquiera tienen el pensamiento del mal. Cuando tal pensamiento existe, el germen existe. A menudo sólo falta la ejecución.

Entonces, como hemos dicho, el mal, incluso bajo formas diferentes, sigue siendo mal. El mismo principio vicioso puede ser la fuente de una serie de actos diferentes que tienen su origen en la misma causa. El orgullo, por ejemplo, puede hacer que se cometan un gran número de faltas, a las que se está expuesto mientras no se extirpe el principio radical. Un hombre puede, pues, tener faltas en una vida que no habría mostrado en otra, y que no son más que las diversas consecuencias del mismo principio vicioso.

Para nosotros, Nerón es un monstruo porque cometió atrocidades. Pero, ¿es creíble que estos hombres pérfidos e hipócritas, verdaderas víboras que siembran el veneno de la calumnia, expolian a las familias mediante la astucia y el abuso de confianza, que cubren sus fechorías con la máscara de la virtud para alcanzar sus fines con mayor seguridad y recibir alabanzas cuando sólo merecen execración, es creíble, decíamos, que sean mejores que Nerón? Desde luego que no. Reencarnarse en un Nerón no sería para ellos una regresión, sino una oportunidad de mostrarse bajo una nueva luz. En esta condición, mostrarán los vicios que solían ocultar. Se atreverán a hacer por la fuerza lo que antes hacían con astucia: ésa es toda la diferencia. Pero esta nueva prueba sólo hará más terrible su castigo si, en lugar de aprovechar los medios que se les dan para enmendarse, los utilizan para el mal. Sin embargo, toda existencia, por mala que sea, es una oportunidad para que el Espíritu progrese. Desarrolla su inteligencia y adquiere experiencias y conocimientos que más tarde le ayudarán a progresar moralmente.




¿Somos todos Espíritus imperfectos?

No todos somos imperfectos. Ésta es una idea falsa, entendida desde cierto ángulo, como demostraremos.

El Espiritismo demuestra, complementando al Espiritismo Racional, que la imperfección es algo que se desarrolla por la repetición consciente (hábito) del error. Cuando se convierte en una imperfección (se llama “imperfección adquirida”), puede incluso convertirse en una adicción, que requerirá un esfuerzo autónomo y consciente para ser superada, mediante la elección de pruebas y oportunidades en nuevas encarnaciones.

En esto consiste el mal: alejarse del bien, que es la moralidad de las leyes divinas, mediante el desarrollo de las imperfecciones. Y no todo el mundo lo hace. El Espíritu que no ha desarrollado imperfecciones, o que lucha valientemente por vencerlas, está en el bien o camina hacia él... Y esto lo fortalece lo suficiente para vencer también las influencias externas, e incluso para rechazarlas.

Pero también existe el aspecto de la imperfección desde el punto de vista de que todos somos perfectibles. Así, hasta que seamos Espíritus relativamente perfectos (porque sólo Dios puede ser perfecto), seremos imperfectos.

Ambos aspectos del término son tratados por Kardec en la Doctrina Espírita, y podemos comprobar:

Quienes no sólo se interesan por los hechos y comprenden el aspecto filosófico del Espiritismo, admitiendo la moral que de él se deriva, pero sin practicarlo. La influencia de la Doctrina en tu carácter es insignificante o nula. No cambian sus hábitos de ninguna manera y no se privan de ninguno de sus placeres. El avaro permanece insensible, el orgulloso lleno de amor propio, el envidioso y celoso siempre agresivo. Para ellos, la caridad cristiana no es más que una bella máxima. Ellos son las espiritistas imperfectos.

KARDEC, Allan. El libro de los médiums, 23Él Edición. Editor del lago

El extracto forma parte de la parte en la que Kardec clasifica la tipos de espiritistas. Ora, não haveria porque classificar uma parte deles como “imperfeitos” se somos todos imperfeitos. Isso demonstra que, nesse ponto, Kardec está tratando das imperfeições adquiridas, conforme explicadas acima.

También hablamos de esto en el artículo reciente. Reforma íntima y Espiritismo y, en el estudio siguiente, el tema se abordó en grupos.

Es un hecho: estamos lejos de la perfección. De hecho, nunca alcanzaremos la perfección absoluta, porque si lo hiciéramos, seríamos como Dios. Alcanzaremos una relativa perfección... Sin embargo, esto no nos hace imperfectos, sino relativamente simples e ignorantes, es decir, todavía en desarrollo de voluntad y conciencia.

Em O Céu e o Inferno, na versão original e não adulterada (vide a edição produzida pela editora FEAL), essa filosofia está claramente exposta, em toda a sua racionalidade inatacável; contudo, desde o início da formação da Doutrina, essa informação já era conhecida. Basta verificar a Escala Espírita, em O Livro dos Espíritos, e veremos que, na Terceira Ordem – Espíritos Imperfeitos, estão apenas os Espíritos que desenvolveram imperfeições: “Predominância da matéria sobre o espírito. Propensão para o mal. Ignorância, orgulho, egoísmo e todas as paixões que lhes são consequentes”. E basta raciocinar: nem todo mundo desenvolve essas imperfeições, porque alguns podem escolher não repetir os erros, como já se encontra expresso em O Livro dos Espíritos:

133. Los espíritus que Desde el principio siguieron el camino del bien.?

“Todos son creados simples e ignorantes y son instruidos en las luchas y tribulaciones de la vida corporal. Dios, que es justo, no podría hacer felices a algunos, sin esfuerzo y trabajo, por lo tanto sin mérito”.

Él) - Pero, entonces, ¿de qué les sirve a los espíritus haber seguido el camino del bien, si esto no los exime de los sufrimientos de la vida corporal?

"Llegan al final más rápido. Además, las aflicciones de la vida son a menudo consecuencia de la imperfección del Espíritu. Cuantas menos imperfecciones, menos tormento. El que no es envidioso, ni celoso, ni avaro, ni ambicioso, no sufrirá las torturas que se originan por estos defectos”.

El libro de los espíritus. Énfasis añadido.

¿Pero cómo puede suceder esto?

Para entender este fundamento de la ley natural, necesitamos entender que el Espíritu simple e ignorante es el que está en su primera encarnación consciente, en el reino humano. En este estado, recién salido del reino animal, conserva aún todos los restos del instinto que hasta entonces lo gobernaba inconscientemente, en el bien, porque el bien es el ser en la ley natural, y el animal que mata a otro para alimentarse lo sigue. la ley natural, actuando sólo para satisfacer sus necesidades instintivas, con inteligencia, pero sin conciencia. Al entrar en el reino del hombre, el Espíritu consciente comienza a tomar decisiones, no entre el bien y el mal, sino entre actuar de esta o aquella manera. Estas elecciones producirán resultados, que pueden ser correctos (están dentro de la ley divina) o un error (están fuera de la ley divina, es decir, exceden la necesidad racional). El individuo puede entonces optar por no repetir este error, pero también puede optar por repetirlo, ya que es algo que, de alguna manera, agrada sus emociones o le da placer. Es en este momento cuando se desarrolla la imperfección., el error se repite constantemente. Pero también puede optar por no repetir el error, ya que se da cuenta de que le afecta negativamente. En este sentido es feliz en su sencillez e ignorancia, siendo esta felicidad relativa a su capacidad presente..

Esto también está en Kardec, en Una Génesis:

“Se estudarmos todas as paixões, e até mesmo todos os vícios, vemos que eles têm seu princípio no instinto de conservação. Esse instinto, em toda sua força nos animais e nos seres primitivos que estão mais próximos da vida animal, ele domina sozinho, porque, entre eles, ainda não há de contrapeso o senso moral. O ser ainda não nasceu para a vida intelectual. O instinto enfraquece, ao contrário, à medida que a inteligência se desenvolve, porque domina a matéria. Com a inteligência racional, nasce o livre-arbítrio que o homem usa à sua vontade: então somente, para ele, começa a responsabilidade de seus atos”.

En la versión original de este trabajo, tal como se presenta en la edición FEAL, Kardec agrega que:

Todos los hombres pasan por pasiones. Los que las han superado, y no son, por naturaleza, orgullosos, ambiciosos, egoístas, rencorosos, vengativos, crueles, coléricos, sensuales, y hacen el bien sin esfuerzo, sin premeditación y, por así decirlo, involuntariamente, es porque han progresado en la secuencia de sus existencias anteriores, habiéndose desembarazado de este incómodo peso. Es injusto decir que tienen menos mérito cuando hacen el bien, en comparación con los que luchan contra sus tendencias. Resulta que ellos ya lograron la victoria, mientras que los demás aún no. Pero cuando lo hagan, serán como los demás. Harán el bien sin pensarlo, como los niños que leen con fluidez sin tener que deletrear. Es como si fueran dos enfermos: uno curado y lleno de fuerzas mientras el otro aún se recupera y duda en caminar; o como dos corredores, uno de los cuales está más cerca de la meta que el otro.

Entonces, ¿el que ha desarrollado una imperfección es inferior a los que no la tienen? ¿Es un mal espíritu? ¿Debería ser castigado por eso? ¡No no y no!

El que desarrolló una imperfección lo hizo porque no conocía realmente el bien, de lo contrario habría actuado adversamente. Es simplemente un error, repetido conscientemente, y eso es todo. No es una característica del Espíritu. Dios no crea a nadie malo, ni crea el mal. ¡El mal no existe! Es sólo la ausencia del bien. Está claro, por tanto, que Dios no castigaría a su hijo por cometer errores. No: le da capacidad de razonamiento y autonomía, para que él mismo pueda darse cuenta de que los resultados de sus errores le causan sufrimiento y, al darse cuenta de ello, arrepentirse y exigir la corrección de esas imperfecciones.

Es en este punto que el espiritismo moderno y el actual movimiento espírita se apartan de la moral espírita original: para éstos, al comprender el error, el Espíritu está obligado a reparar LOS EFECTOS, mientras que, para este último, el Espíritu queda libre de elegir cómo y cuándo intentará reparar LA IMPERFECCIÓN (en si), que puede o no implicar la remediación de los efectos nocivos que ha realizado.

Aquí conviene una conclusión: la doctrina de la “ley del retorno” o karma, que nunca fue parte del Espiritismo, afirma que, al hacer daño a una persona, tendremos que reencarnar con ella para reparar ese error. . Sin embargo, ya se ha establecido que el daño que nos hacemos solo a nosotros mismos, si al cometer un error con alguien, esa persona opta por cultivar un sentimiento de ira, odio o venganza, se está haciendo daño a sí mismo. Depende, por tanto, de la autonomía de cada uno dejar ir tales sentimientos. Si el verdugo se vio obligado a reencarnarse con su víctima para reparar un error y, por más que se esforzó en tener una actitud intachable hacia el bien, la víctima optó por no soltar tales sentimientos, significa que el error no habría sido pagado y exigiría tantas encarnaciones fueran necesarias para ello, vinculando el progreso del otro, que ya ha vuelto al bien, a la elección del otro? ¿Y si, por el contrario, la víctima no se apegó, siguió adelante, pero el verdugo continúa en sus imperfecciones? ¿Tendrá que reencarnarse con él para que él, que aún no comprende su sufrimiento, “pague sus deudas”? ¡No tiene sentido!

Volviendo a nuestro punto, hablábamos del retorno del Espíritu al bien. En O Céu e o Inferno (editorial FEAL, basada en la versión original, sin adulterar), tenemos lo siguiente:

“8º) A duração do castigo está subordinada ao aperfeiçoamento do espírito culpado. Nenhuma condenação por um tempo determinado é pronunciada contra ele. O que Deus exige para pôr fim aos sofrimentos é o arrependimento, a expiação e a reparação – em resumo: um aperfeiçoamento sério, efetivo, assim como um retorno sincero ao bem”.

Siendo el castigo –o el castigo, pues no sabemos a ciencia cierta a qué se refería la palabra original– es consecuencia del error cometido, el sufrimiento inherente a las imperfecciones será un verdadero castigo. No es un castigo divino arbitrario, sino una consecuencia de la ley natural. No hay condena: todo depende de la voluntad del individuo de arrepentirse y exigir la reparación de la imperfección, volviendo así al bien.

Concluimos reproduciendo, una vez más, la recomendación de Paul Janet ((En Small Elements of Moral, disponible aqui para descargar.)) sobre hábitos:

Es cierto que los hábitos se vuelven, con el tiempo, casi irresistibles. Es un hecho frecuentemente observado; pero, por un lado, si un hábito empedernido es irresistible, no lo es tanto de un hábito que comienza; y así el hombre queda libre para impedir la invasión de los malos hábitos. Por eso los moralistas nos aconsejan ante todo que vigilemos el origen de nuestros hábitos. “Tenga especial cuidado con los comienzos”.




Castigo y recompensa: hay que estudiar a Paul Janet para entender a Allan Kardec

Paul-Alexandre-René Janet

Nació el 30 de abril de 1823 en París y murió el 4 de octubre de 1899 en la misma ciudad.

Estudiante en la École normale supérieure en 1841, agregado en filosofía en 1844 (primero) y doctor en letras en 1848, se convirtió en profesor de filosofía moral en Bourges (1845-1848), en Estrasburgo (1848-1857), luego en lógica en el Lycée Louis-le-Grand de París (1857 – 1864). Desde 1862 fue profesor adjunto de filosofía en la Sorbona, luego en 1864 ocupó la cátedra de historia de la filosofía en esa universidad hasta 1898. Fue elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1864 y también fue miembro del Consejo Superior de Instrucción Pública en 1880.

Su obra se centra principalmente en la filosofía, la política y la ética, en la línea del eclecticismo de Victor Cousin y, a través de él, de Hegel.

https://pt.frwiki.wiki/wiki/Paul_Janet_%28philosophe%29

Janet fue contemporánea de Allan Kardec. Sus obras demuestran, con excelencia, el contexto filosófico en el que se insertó el codificador, haciendo uso de sus conceptos.

Muchos, al leer a Kardec, suponen que él, por las palabras que utilizó en sus obras, sólo estaba reproduciendo ideas y conceptos provenientes de la Iglesia Católica. Nada más lejos de la realidad, como veremos a continuación, porque Kardec estaba, de hecho, utilizando los conceptos ampliamente difundida y comprendida en medio de la sociedad culta francesa, que, dicho sea de paso, era la clase que más se interesaba por el estudio del Espiritismo.

Paulo Henrique de Figueiredo explica:

Durante el siglo XIX, lo que llamamos ciencias humanas se establecieron a partir de un presupuesto espiritista para su constitución. Mientras tanto, en las ciencias naturales, como la Física y la Química, predominó el materialismo. Esta condición es muy diferente a la que estamos acostumbrados hoy, cuando la universidad se guía casi por completo por el pensamiento materialista.

Esta corriente de pensamiento se conoce como Espiritualismo racional. Porque era completamente independiente de las religiones formales y sus dogmas. La base fundamental fue la psicología, ciencia del alma, que tenía como directriz: “El ser humano es un alma encarnada”.

Como se explica extensamente en el libro Autonomía, la historia no contada del Espiritismo, Allan Kardec hizo de la psicología la base conceptual para el desarrollo de la Doctrina Espírita. Su periódico mensual era el Revista Espírita, revista de estudios psicológicos.

El Espiritualismo Racional se enseñaba, desde 1830, en la Universidad de París, también en la Ecole Normale, donde se formaban profesores, y también en los Liceos, en la educación de los jóvenes. Para estos había manuales, como el de Paul Janet. Este manual ha sido traducido a varios idiomas y adoptado en muchos países, incluido Brasil.

Este manual es de fundamental importancia para comprender la base conceptual de los estudios de Kardec, especialmente en lo que se refiere a la moral espírita.

FIGUEIREDO, Paulo Henrique de. Tratado de Filosofía de Paul Janet. Portal do Espírito, 22 de julio de 2019. Disponible en . Consultado el 19 de mayo de 2022.

Valiéndose, decíamos, de los conceptos del Espiritismo Racional, que fue enseñado en la Universidad de París y en la Escola Normal Superior de París, Kardec desarrolla los más diversos conceptos filosóficos de la Doctrina Espírita, a la luz de las enseñanzas consensuadas de los Espíritus. . Así, se dará un desarrollo profundo a las ideas de moral tratadas por estos estudiosos, acercándose a los conceptos de dolor y placer, bueno y malo, deber, caridad desinteresada, libertad, mérito, castigo y recompensa. Demostremos, a modo de ilustración, la construcción de estos dos últimos conceptos:

La recompensa y el castigo

en tu trabajo Pequeños elementos de la moral, disponible para descargar, en PDF, en este enlace, Janet construye los diversos conceptos filosóficos que sustentarán los de la premio y da castigo. Lo expresa así: “el placer, considerado como consecuencia debida a la realización del bien, se llama recompensa, y el dolor, considerado como consecuencia legítima del mal, se llama castigo”.

El placer, para él, es la búsqueda de experimentar lo que la vida permite, y así habría placeres buenos y placeres malos, variando, en este intervalo, según la certeza, la pureza, la intensidad, la duración, etc. Así, el placer fugitivo de la embriaguez sería un mal placer, mientras que el placer duradero de la salud sería un placer bueno:

Hay placeres muy vivos, pero fugaces y fugitivos, como los placeres de la pasión ((Así lo define el diccionario de Oxford: “en el Kantianismo, inclinación emocional violenta, capaz de dominar por completo el comportamiento humano y alejarlo de la deseable capacidad de autonomía y elección racional”. Ese es el significado de pasión, utilizado por Kardec y los filósofos de su tiempo)). Hay otros que son duraderos y continuos, como la salud, la seguridad, la comodidad, la consideración. ¿Se sacrificarán esos placeres que duran toda la vida por placeres que duran sólo una hora?

JANET, 1870((JANET, Paul. Pequeños elementos de moral. Traducción de María Leonor Loureiro. París, 1870))

Por tanto, moralmente, el ser humano debe buscar siempre la buenos placeres, que no produzcan arrepentimientos, pasándolos al malos placeres, que generan arrepentimientos y complicaciones:

La experiencia nos enseña que los placeres no deben buscarse sin discernimiento y sin distinción, que es necesario usar la razón para compararlos entre sí, sacrificar el presente incierto y fugaz por un futuro duradero, preferir los placeres simples y pacíficos, no seguidos de los pesares, a los tumultuosos y peligrosos placeres de las pasiones, etc., en una palabra, a sacrificar lo placentero a lo útil.

ibídem.

Es claro, por tanto, que el concepto de premio, utilizado en este contexto, está vinculado a la comprensión de la alegría de haber realizado una acción vinculada al bien, mientras que la castigo es el dolor generado como consecuencia legítima del mal. No se atribuye, por tanto, a una imposición mecánica de una supuesta “ley de retorno” o “ley de reparación”, por parte de Dios o del “Universo”, por la mala acción, como muchos insisten en proclamar, ni tampoco se otorgan premios. para una buena acción acción. todo es una consecuencia moral, del individuo para sí mismo, lo que necesariamente depende del conocimiento de la Ley:

En la moral, como en la legislación, nadie se aprovecha de la ignorancia de la ley. Hay, pues, en todo hombre un cierto conocimiento de la ley, es decir, un discernimiento natural del bien y del mal: este discernimiento es lo que se llama conciencia o, a veces, sentido moral.

ibídem.

Sin embargo, para que el individuo actúe moralmente, debe tener libre albedrío:

No basta que el hombre conozca y distinga entre el bien y el mal, y experimente sentimientos diferentes de uno a otro. Es necesario también, para ser agente moral, que el hombre sea capaz de elegir entre uno y otro((Aquí los estudios del Espiritismo nos llevan a otra comprensión: en verdad, el hombre no elige entre el bien y el mal, porque, en el fondo abajo, si escogéis mal es porque aún no conocéis la Ley. El Espíritu que realmente conoce y comprende la Ley de Dios sólo hace el bien, siempre.)); No se le puede ordenar lo que no podría hacer, ni prohibirle lo que se vería obligado a hacer. Este poder de elegir es libertad o libre albedrío.

ibídem.

Pero es importante recordar que el hombre, como alma encarnada, es un concepto básico del Espiritualismo Racional, tal como lo define Janet, en la misma obra:

Toda ley presupone un legislador. La ley moral presupondrá, pues, un legislador moral: así es como la moral nos eleva a Dios. Toda sanción humana o terrenal, demostrada por la observación como insuficiente, la ley moral necesita una sanción religiosa. Así es como la moral nos lleva a la inmortalidad del alma.

De todo esto nace la comprensión del vicio y la virtud:

Las acciones humanas, decíamos, a veces son buenas ya veces malas. Estas dos calificaciones tienen grados, por la importancia o dificultad de la acción. Así una acción es conveniente, estimable, bella, admirable, sublime, etc., en cambio, la mala acción es a veces una simple falta, a veces un crimen. Es reprobable, vil, odioso, execrable, etc.

Si, en un agente, el hábito de las buenas obras se considera como una tendencia constante a conformarse a la ley del deber, ese hábito o tendencia constante se llama virtud, y la tendencia contraria se llama vicio.

ibídem.

El mal, sin embargo, es un juicio sobre uno mismo (nadie puede hacer daño a otro((Según el principio racional de autonomía, desarrollado hasta ahora, el individuo sólo puede cometer daño físico contra otro, pero nunca daño moral. Un sujeto puede robar pertenencias ajenas, lo que le causará algunas dificultades, pero, en realidad, se hace daño a sí mismo, ya que viola la ley moral, por lo que sufrirá dependiendo de su estado de conciencia. tras el revés material, puede o no hacerse daño a sí misma, dependiendo de si se aferra o no a lo sucedido y le genera algún sufrimiento, esto también dependerá de su conciencia de la ley moral))), que depende de la conciencia de lo que uno hace:

El juicio que se hace de ti mismo Se diferencia según el principio de actuación que se admita. El que perdió en el juego puede sentirse angustiado por sí mismo y por su imprudencia ((en otras palabras: puede darse cuenta de que se hizo mal al perder dinero en el juego)); pero el que se da cuenta de haber hecho trampa en el juego (aunque haya ganado por este medio) debe despreciarse cuando se juzga desde el punto de vista de la ley moral ((Porque, cuando toma conciencia de lo que ha hecho , se da cuenta de que ha perjudicado al otro, y esto le produce remordimiento)).

ibídem.

Y luego, un poco más adelante, siempre en la misma obra, Janet desarrolla la comprensión de la satisfacción moral y el arrepentimiento:

Con respecto a nuestras propias acciones, los sentimientos cambian dependiendo de si la acción está por hacer o ya está hecha. En el primer caso, sentimos, por un lado, cierta atracción por el bien (cuando la pasión no es lo suficientemente fuerte como para sofocarlo), por otro, una repugnancia o aversión al mal (más o menos atenuada según las circunstancias). por el hábito o la violencia del deseo). A estos dos sentimientos no se les suele dar nombres particulares.

Cuando, por el contrario, la acción ha sido realizada, el placer que resulta de ella, si obramos bien, se llama satisfacción moral, y si obramos mal, remordimiento o arrepentimiento..

El remordimiento es el dolor ardiente y, como la palabra lo indica, la herida que tortura el corazón después de una acción reprobable. Este sufrimiento se encuentra en aquellos mismos que no se arrepienten de haber hecho mal y lo volverían a hacer.. No tiene, por tanto, carácter moral, y debe ser considerado como una especie de castigo infligido al crimen por su propia naturaleza. “La malicia, dijo Montaigne, se envenena a sí misma con su propio veneno. La adicción deja como una úlcera en la carne, un pesar en el alma, que siempre se está rascando y sangrando”.

El arrepentimiento es también, como el remordimiento, un sufrimiento que nace del mal; pero se le suma el pesar de haberla realizado, y el deseo (o la firme resolución) de no realizarla más..

Para Janet, entonces, el remordimiento no sería todavía el sufrimiento generado por el arrepentimiento, sino sólo una cierta tortura por llevar a cabo la acción reprobable. En otras palabras, uno no sufre porque se haya hecho el mal, sino sólo porque lo que se ha hecho es reprensible. Y luego, Kardec, en el Cielo y el Infierno ((Recordando siempre que esta obra fue manipulado y mutilado a partir de la cuarta edición francesa, que sirvió de base para todas las demás ediciones y traducciones. Los temas tratados en este artículo fueron los que más sufrieron estas adulteraciones)), hablando de castigo, que tiene, para Janet, el mismo significado que castigo ((Dice Janet: “La idea de castigo o castigo tampoco se explicaría si lo bueno fuera sólo lo útil. No se castiga a un hombre por haber sido torpe; se le castiga por haber sido culpable”)), se expresa de la siguiente manera:

La duración del castigo está sujeta a la mejora del espíritu culpable. No se pronuncia contra él ninguna condenación por tiempo determinado. Lo que Dios requiere para poner fin al sufrimiento es la arrepentimiento, expiación y reparación, en una palabra: una mejora seria y eficaz, así como un retorno sincero al bien.

KARDEC, Allan. El cielo y el infierno. Traducción de Emanuel G. Dutra, Paulo Henrique de Figueiredo y Lucas Sampaio. 2021.

En otras palabras: Dios no pronuncia penas ni castigos contra el individuo. Es él mismo quien se castiga a sí mismo, mediante consecuencias legítimas del mal hecho. Entonces, para terminar con este sufrimiento, necesitas arrepentirte, en primer lugar, es decir, identificar que has hecho algo reprobable (remordimiento) y agregarle el arrepentimiento de haberlo hecho (arrepentimiento, que es moral), también como el deseo de no hacerlo más. Para llegar a esta comprensión es necesario que el Espíritu avance en inteligencia y, para reparar el daño hecho (que ya está claro que ha hecho contra sí mismo, y no contra los demás, de donde se sigue que debe reparar en si el origen de este mal), el Espiritismo demuestra, sin posibilidad de error, la existencia de la ley de la reencarnación.

Todo ello, en definitiva, para comprender los conceptos de castigo y recompensa. He aquí, en concordancia con todo lo anterior, dice Kardec, en un extracto anterior al mencionado:

La pena es siempre la consecuencia natural de la falta cometida. El espíritu sufre por el mal que ha hecho, de modo que, como su atención está incesantemente enfocada en las consecuencias de este mal, comprende mejor sus inconvenientes y se motiva a corregirse.

Y por eso, por todo esto, Kardec inicia el capítulo IV de esta obra – El infierno:

El hombre siempre ha creído intuitivamente que la vida futura debería ser más o menos feliz en la proporción del bien y del mal que se practica en este mundo. Pero la idea que tiene de esta vida futura es proporcional al desarrollo de su sentido moral ya la noción más o menos justa que tenga del bien y del mal. Las penas y premios son un reflejo de los instintos que predominan en él..

Pero vale la pena recordar que, utilizando estos conceptos filosóficos de su tiempo, Kardec, al mismo tiempo, los desarrolló para las consecuencias morales de la ciencia del espíritu.

O espiritualismo en Kardec

Vale la pena, antes de cerrar, recordar que Allan Kardec usó varias veces la palabra espiritualismo en tu trabajo. Es al Espiritualismo Racional al que se refiere:

Quien cree que hay algo más en sí mismo que la materia es un espiritista. Sin embargo, de esto no se sigue que él crea en la existencia de espíritus o en sus comunicaciones con el mundo visible. en lugar de las palabras espiritualespiritualismo, usamos, para indicar la creencia a la que nos referimos, los términos espiritista y espiritismo, cuya forma recuerda el origen y el significado radical y que, por eso mismo, tienen la ventaja de ser perfectamente inteligibles, dejando la palabra espiritualismo su propio significado. Diremos, pues, que la doctrina espiritista o el espiritismo su principio son las relaciones del mundo material con los Espíritus o seres del mundo invisible. Los adeptos del Espiritismo serán los espíritas, o si se quiere, los espíritas.

Como especialidad, la libro de los espiritus contiene la doctrina espiritista; en general, se vincula con la doctrina espiritista, una de cuyas fases presenta. Esta es la razón por la que tiene las palabras en el encabezado de su título: filosofía espiritual.

KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. 1857

Así lo prueba, finalmente, el siguiente extracto de la Revista Espírita de 1868:

El trabajo del Sr. Chassang es la aplicación de estas ideas al arte en general y al arte griego en particular. Nos complace reproducir lo que dice al respecto el autor de la revista Patrie, porque es una prueba más de la enérgica reacción que se produce a favor de las ideas espiritistas y que, como decíamos, toda defensa del espiritualismo racional abre el camino al Espiritismo, que es su desarrollo, luchando contra sus adversarios más tenaces: el materialismo y el fanatismo.

KARDEC, Allan. Revista Espírita, noviembre de 1868

Conclusión

Aquí se presenta claramente la prueba de que no podemos conocer y comprender la filosofía de Kardec sin comprender la filosofía y la moral de su tiempo, insertada plenamente en el contexto del Espiritualismo Racional francés, así como no podemos comprender plenamente la ciencia espírita sin comprender las ciencias del Magnetismo [por Mesmer] y Psicología (esta última también incluida en el ER, bajo la división de ciencias morales).

Se evidenció claramente que Kardec no utilizó conceptos religiosos dogmáticos, pero sólo palabras que, encontradas en estos conceptos, fueron resignificadas primero bajo la filosofía de la época y, más tarde, bajo la filosofía espírita.

Por lo tanto, es muy necesario estudiar y difundir este conocimiento. Una vez más, invitamos al lector a estudiar y difundir, en todos los medios espíritas posibles, la obra a que se refiere este artículo, así como el presente texto, que es fruto de un esfuerzo también en esta dirección.